Mi trabajo se focaliza en los procesos de cambios y es también acerca del futuro. Porque este cambio de época configura un futuro muy distinto a todo lo que conocemos.
Aunque enfrentaremos viejos desafíos (como la desigualdad, la pobreza, la violencia, etc.), una fuerza dominante en nuestro futuro serán problemas nuevos (la escasez de agua, el tránsito hacia una nueva matriz energética, la degradación de la biosfera, los conflictos éticos planteados por nuevas aplicaciones tecnológicas para mejorar la calidad de vida y extender su duración, etc.), algunos de los cuales ni siquiera imaginamos que estarán allí, esperando por nosotros.
Enfrentaremos nuevas fuerzas demográficas, nuevas exigencias para la producción de bienes y servicios, nuevos modelos de negocios y una nueva dinámica laboral. Por primera vez, los mayores de 60 años alcanzan el 14% de la población mundial aunque el 43% de los habitantes del planeta tienen menos de 25 años.
Los empleos más demandados en los últimos años (por ejemplo, relacionados con el manejo de tráfico de redes sociales y otros) no existían seis o siete años atrás y una nueva generación de empresas de servicios surge a través de la web (reclutando, por ejemplo, en pocos años medio millón de personas que trabajan cuando ellos lo deciden en más de cien países distintos).
Por eso mismo, mi trabajo se concentra también en encontrar las soluciones que ese futuro de cambios nos exige. No podemos transitar el siglo XXI con los manuales del siglo XX. Esas soluciones no vendrán de la mano de liderazgos mesiánicos iluminados sino a través de instituciones.
En el siglo XXI –como lo muestra la tecnología informática– el protagonismo es de la gente. De los consumidores, de los trabajadores, de los ciudadanos.
¿Podemos aprovechar las nuevas tecnologías para fortalecer este proceso y desarrollar las soluciones sobre las que un futuro repleto de cambios nos exige trabajar hoy mismo?