Opinión

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Una economía obligada a reconciliar extremos

El dinamismo y versatilidad de la Nueva Economía no se adaptan fácilmente a las clasificaciones teóricas. Su desempeño pone de cabeza conceptos como el de países desarrollados y subdesarrollados o el de exportadores e importadores, con los que analizábamos el mundo en el último medio siglo.

Es una economía forzada a reconciliar los extremos, donde las empresas se ven obligadas a globalizar sus operaciones y a localizarlas para no perder mercados, donde las estrategias comerciales obligan a especializar y diversificar al mismo tiempo, donde algunos de los países que progresan más rápidamente son los que albergan la mayor cantidad de pobres del planeta.

La Nueva Economía opera en una realidad menos lineal que la del siglo XX y cuenta con menos certezas y más discontinuidades. No pretende controlar un futuro liderado por un flujo de cambios tecnológicos constantes y vertiginosos sino que trata de adaptarse ajustando el curso.

Habrá seguramente quienes opinen que hablar del surgimiento de una Nueva Economía es una exageración. Podrían argumentar que el complejo industrial-empresario ha pasado ya por muchas transformaciones y que la economía sigue siendo la misma.

Durante algún tiempo la antigua y la Nueva Economía seguirán conviviendo, como lo hacen ya desde hace décadas. El equilibrio entre una y otra se irá alterando paulatinamente en favor de esta última pero habrá sectores que se verán poco afectados. En algunas regiones la Nueva Economía florecerá más rápido mientras que su existencia pasará desapercibida en otros lugares.

Los cambios de época nunca se perciben facilmente por sus contemporáneos. La mayoría de los hombres y mujeres que vivieron la invención de la máquina de vapor (James Watt – 1769) sabían que presenciaban algo importante pero no podían distinguir en ese preciso momento el nacimiento de la Era Industrial.

Ese invento disparó un proceso que hackearía la “Ley de los rendimientos marginales decrecientes” cuando los economistas profesionales comprendieron que los mismos no decrecen (al menos para el capital financiero) en presencia de innovación y cambio técnico.

Como ocurre siempre, aquellos que vislumbraron la magnitud de los cambios que se avecinaban pudieron preparase mejor para sacar el máximo provecho de las transformaciones en marcha.

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