Para buscar soluciones a los problemas que nos aquejan, soluciones que nos permitan alcanzar la libertad, la justicia, la equidad y el desarrollo para todos tenemos que hablar del cambio y del futuro.
Es una búsqueda en la que nos embarcamos hace tiempo y que se ha probado extraordinariamente elusiva en materia de resultados.
Los desafíos que nos impone la realidad que vivimos son complejos e intrincados y no es fácil descifrarlos del todo.
Necesitamos entender cómo podemos defender los valores en los que creemos de los desafíos que los acechan en el futuro y, sobre todo, cómo podemos convertir esos desafíos y problemas en oportunidades y soluciones. ¿Es posible? Sí, es posible si promovemos el debate de ideas.
¡Y tendremos que hacerlo! Porque no vamos a resolver los problemas del futuro con las herramientas, las ideas y las políticas del pasado.
Es probable que nos sintamos seguros hablando del Estado y el Mercado pero ambos han probado sus límites y ya no podemos decir que uno de ellos prevalecerá en la contienda de ideas para construir la sociedad ideal.
No hay verdades paradigmáticas ni fórmulas únicas. Apenas algunos rasgos comunes que se reconocen en todas las sociedades que progresan.
Si algo hemos aprendido en el “salvaje” siglo XX es acerca del peligro de exagerar el valor de las ideas.
Algunas de esas ideas e ideologías –como el fascismo, el imperialismo y el comunismo– fueron llevadas al extremo de causar millones de muertes y daños irreparables a generaciones enteras; y otras –como ha ocurrido con el capitalismo desregulado– han conducido a lamentar pérdidas materiales que afectan el bienestar y las perspectivas de igualdad y progreso de países enteros.
La historia parece indicarnos que las ideas que promueven el progreso son las que persiguen sus objetivos adaptando sus métodos, flexibilizando su aplicación para incorporar las enseñanzas que ofrece su práctica política.