La película de Netflix sobre Sergio Viera de Mello, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos al momento de su muerte, educa sobre los desafíos de construir una sociedad global, tema de actualidad en época de pandemia.
Me hizo regresar a los tempos en que dirigí la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI), cuando salía a correr con guardaespaldas en zonas emergentes de conflictos, como Timor Oriental. Acordé el ingreso de ese país a la ONUDI con Xanana Gusmão, el líder que negocia con Sergio en el filme.
Más allá de la relación romántica de Sergio con Carolina Larriera (a quien tuve la oportunidad de conocer), los mensajes de la película son claros: las organizaciones internacionales son relevantes si producen resultados concretos para los más necesitados y, solo podrán hacerlo, reafirmando su independencia y liderazgo.
Escribí con frecuencia sobre la reforma de Naciones Unidas y “Sergio” me animó a hacerlo nuevamente. Es un tema en el que se han hecho muchos progresos.
El sistema de gobernanza global, sin embargo, registra pocas novedades con impacto. Posiblemente el trabajo del G20, a nivel de presidentes durante la crisis financiera 2008, sea la innovación más visible y efectiva de los últimos tiempos.
No es extraño que así sea. El surgimiento del Estado y las instituciones de gobierno resulta de la necesidad de enfrentar emergencias (naturales o bélicas). No debería sorprendernos que lo mismo ocurra con nuestro sistema de gobernanza global.
Las Naciones Unidas y las Instituciones de Bretton Woods, plataformas irremplazables para promover la cooperación de la comunidad internacional, nacieron para reconstruir occidente y evitar nuevos conflictos después de la 2da Guerra Mundial.
Hoy vivimos tiempos exponenciales. Inteligencia artificial, robótica y biotecnología se combinan para enfrentarnos a un cambio de época. Y aunque el mosaico de instituciones internacionales que nos legó el siglo pasado intenta adaptarse a los nuevos tiempos, sus limitaciones son inocultables.
¿Será la crisis del SARS-CoV-2 el disparador que catalice la necesidad y clarifique la dirección de la reforma? El éxito de una reforma radica en la claridad del objetivo. Reformar no es apenas reducir, o cambiar, sino diseñar nuevos instrumentos para alcanzar objetivos que nos eluden.
La reforma de Naciones Unidas debe enfocarse en resolver la insuficiente oferta de bienes públicos globales que padecemos. Así como un país necesita ciertos bienes públicos (seguridad, salud, etc.) un mundo que se integra tiene que asegurar su provisión a nivel internacional.
Ese es el propósito de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 de las Naciones Unidas y fue el enfoque de los Objetivos de Desarrollo del Milenio en los que trabajé.
¿Habríamos ahorrado recursos, en la lucha contra el COVID-19, con una cooperación internacional más eficiente? Ahorrar sufrimientos y recursos, justamente, es el sentido de las intervenciones en materia de paz y seguridad internacional, que protagoniza “Sergio” en NETFLIX.
¿Construiremos sistemas de salud más robustos y economías más resistentes cuando venzamos al COVID-19?; ¿cambiaremos las regulaciones para transferir tecnología? ¿Defenderemos las libertades y fomentaremos la solidaridad frente a gobiernos que las ponen en peligro, justificándose con la pandemia?
Esos son los temas que cuentan para mejorar la vida de la gente, evitando más sufrimiento y privaciones, más allá de necesarios protocolos de distanciamiento social, transporte de pasajeros o regreso al trabajo.
Aumentar y mejorar la cooperación internacional no es una opción ideológica. Es una regla de supervivencia para el progreso y la cultura. La raza humana gobierna el mundo debido a su capacidad única de cooperar en forma flexible entre un gran número de desconocidos.
Asegurar que la cooperación internacional tome ese rumbo es la mejor forma de construir el futuro.
