Los ciudadanos reclaman vivamente ser tenidos en cuenta más allá de las rondas de elecciones que tienen lugar periódicamente y, aunque las movilizaciones masivas de carácter global, organizadas de manera espontánea, por los ciudadanos, son difíciles de mantener en el tiempo, ellas constituyen sin duda ya, un hecho político de la nueva época.
Así lo atestiguaron también los ciudadanos de América Latina cuando a mediados de la década reclamaban educación universitaria pública y gratuita en Chile o rebajas en las tarifas de transporte en Brasil, movilizando a los gobiernos para ofrecer respuestas a los manifestantes.
Hasta ahora las protestas globales han sido más eficaces para “bloquear” un gobierno o plantear oposición a medidas concretas que para “construir” una nueva forma de relación política.
Tal vez eso sea una consecuencia derivada naturalmente dos hechos bien definidos: por un lado, estamos en presencia de un planteo político que va más alla de la tradicional competencia del siglo pasado entre izquierda y derecha o del estado versus el mercado y, por el otro, la nueva “democracia digital” que permite convocar manifestaciones masivas de manera espontánea, carece aún de instituciones.
En esta nueva época las protestas parecen plantear una divisoria de aguas entre quienes ejercen el poder de manera vertical, jerárquica y excluyente y los que buscan un poder político horizontal, cooperativo y transparente.
Lo notable es que las nuevas formas de expresión política parecen organizarse espontáneamente desde distintos estamentos sociales –sin importar el nivel de ingreso ni el grado de desarrollo político de las sociedades donde tienen lugar– en vez de hacerlo desde partidos políticos tradicionles o estructuras políticas formales.
Sin duda, ese fenómeno se vincula con el hecho de que lo que se reclama es más participación ciudadana en las decisiones. Esos reclamos no están organizados siguiendo los patrones tradicionales del siglo XX entre manifestantes de izquierda o derecha. Y presentan un desafío a los partidos políticos, que deben trabajar para acortar la brecha entre sus dirigentes y los ciudadanos que pretende representar.
Esta es la razón por la que nuevos partidos políticos o nuevos dirigentes, la mayoría de las veces con discursos disruptivos, alcanzan posiciones de liderazgo. La democracia latinoamericana no es ajena a este fenómeno.