No ofrecemos aquí un análisis académico de las teorías económicas. No podría decirse además que la “nueva” teoría del crecimiento fuera desarrollada a partir del surgimiento de la nueva economía. En todo caso la precede varias décadas y la explica.
Lo que ambas tienen en común es el rol central que le asignan a la innovación y al cambio técnico para promover el crecimiento de la economía.
La preocupación por determinar los motores de crecimiento está presente entre los profesionales desde el surgimiento mismo de la economía como ciencia.
Adam Smith lo planteo en el título de su libro fundacional. Un siglo después, Alfred Marshal ponía la búsqueda del crecimiento en el centro de las preocupaciones de los economistas.
Esa búsqueda se intensificó al término de la Segunda Guerra Mundial, disparada por el proceso de descolonización, que aumentó el número de países miembros de la comunidad internacional desde las seis decenas hasta los actuales dos centenares.
En esta nota no analizaremos contribuciones sobresalientes al pensamiento sobre desarrollo económico realizados por grandes profesionales como Raul Prebish y Hans Singer, Chandra Mahalanobis o Paul Rosenstein Rodan. Apenas revisaremos tres ideas, con el fin de resaltar el rol de la innovación y el cambio técnico.
El modelo Harrod-Domar (1946) provee la primera idea poderosa para los economistas de posguerra planteando, básicamente, que el nivel de inversión de un período dado determina el crecimiento económico del siguiente.
Aun cuando sus autores descartaron este enfoque como teoría del crecimiento, todavía hoy estas ideas informan los análisis y decisiones de organismos multilaterales de crédito.
Una década más tarde Robert Solow (1957) hace un aporte determinante. El premio Nobel planteó que el crecimiento a largo plazo de los países solo podía ser explicado por la tasa de cambio tecnológico en una economía dada, debido a la ley de rendimientos marginales decrecientes.
Según esa ley, el uso de unidades adicionales de un factor productivo (capital o trabajo) genera incrementos menos que proporcionales del producto final. Por lo tanto, no se puede crecer a largo plazo aumentando solamente los factores de producción.
Es necesario cambiar la tecnología, usar nuevos materiales o técnicas productivas diferentes para mantener el crecimiento constante.
Solow pensaba que no se podía influir sobre el proceso de cambio tecnológico fácilmente. Para él eso dependía de factores extra-económicos, tales como el desarrollo de la ciencia básica.
Tres décadas más tarde, Robert Lucas y Paul Romer (1986/1987) plantean que la ley de rendimientos decrecientes no se cumple en presencia de cambio tecnológico. Y que tal cambio no se debe solo a factores no económicos, sino que puede ser influido por las políticas públicas.
Una simple conclusión de este breve análisis nos dice que acumular capital es clave para el crecimiento económico. No hay duda. Nuestro entendimiento sobre las formas de atraerlo y acumularlo, sin embargo, se han enriquecido a través del tiempo, dándole un rol central a la innovación y el cambio técnico.
Desde la simple fórmula de los ahorros domésticos suplementados por recursos externos (inversión privada) hasta los planteos más elaborados de Solow, Lucas y Romer donde la acumulación de capital debe ser articulada con el cambio tecnológico de la economía para sostener el crecimiento a largo plazo el rol del conocimiento y la innovación solo continuará creciendo a través de los años.
El crecimiento de la productividad, la innovación y el desarrollo tecnológico son, en sí mismos, fuentes decisivas de atracción y acumulación de capital.
Se trata de factores que se complementan de manera imprescindible con la construcción de las capacidades sociales de la gente en el campo de la educación, la salud, la ciencia y el sistema tecnológico.