Por segunda vez en tres décadas, la humanidad se enfrenta al desafío de producir una revolución agrícola. En efecto, la demanda de alimentos aumentará en los próximos años debido al crecimiento demográfico y a la mejora del ingreso en un segmento importante de la población de los países emergentes.
Se espera que para el año 2020 los niveles de producción de granos, carnes y tubérculos deban incrementarse hasta un 40%.
En el pasado, la humanidad ha enfrentado crisis similares. La última revolución agrícola alumbró el uso extendido de pesticidas, agroquímicos y fertilizantes que mejoraron el rendimiento de las cosechas.
La próxima revolución agrícola no podrá seguir el mismo patrón para intensificar la producción debido al efecto que han tenido algunos productos sobre los suelos y las napas de agua subterránea. Para intensificar la producción agropecuaria en el futuro deberá profundizarse el camino emprendido en los últimos años gracias a los aportes de la biotecnología, fortaleciendo genéticamente las especies vegetales para hacerlas más resistentes a las plagas y, tal vez, permitirles crecer con menor recurso hídrico.
Además, la protección del medioambiente será fundamental para evitar que la pérdida de biodiversidad afecte negativamente el funcionamiento de los ecosistemas y se reduzcan los rendimientos. Del mismo modo, será necesario aplicar modernas técnicas satelitales para desarrollar agricultura de precisión (mapeando la disponibilidad de nutrientes en los campos, por ejemplo) y utilizando moderna maquinaria agrícola, altamente tecnificada. Es decir, la nueva revolución agrícola será posible merced de la combinación de elementos de la biotecnología, la ecología, la informática y las telecomunicaciones.
La idea que nos interesa rescatar aquí es que la innovación tecnológica y la fertilización cruzada que tiene lugar en varios sectores emblemáticos de la Nueva Economía están alterando, paulatinamente, la forma de organización económica que ha predominado hasta ahora.