¿Será cierto que la naturaleza de la competencia geopolítica está evolucionando de la disputa por los territorios a la disputa por la interconectividad?
¿Acaso se expresa en la competencia por las cadenas de suministros globales, los mercados de energía, la producción industrial y los flujos finqancieros, de tecnología, de conocimiento y de talento?
Sin dudas, la proliferación y el desarrollo de megaciudades globales está alterando –a veces desafiando, a veces complementando– el poder de los países.
Estos nuevos espacios centrales, impulsados por la globalización, son cada vez más influyentes en la economía mundial y en la toma de decisiones, así como también en lo que respecta a la producción industrial y el desarrollo de tecnologías.
En un futuro mucho más próximo que lejano los países, como entidad política, tendrán que redefinir su poder a partir de la interacción con estos nuevos actores mundiales, las ciudades globales, que también prometen modificar de raíz las evaluaciones de las empresas multinacionales y las organizaciones internacionales.
Per cápita, los habitantes de las ciudades cuidan mucho más del planeta, explica David Owen en su libro Green Metropolis.
“Sus caminos, ancantarillas, cables eléctricos son más cortos y por tanto utilizan menos recursos. Los departamentos necesitan menos energía para calentarse, enfriarse o iluminarse que las casas. La gente en las grandes ciudades maneja menos y por lo tanto, contamina menos”.
Y tiene razón: por caso, en Nueva York, el uso de energía y emisiones de carbono por habitante son mucho mas bajas que el promedio nacional. Esto no significa que la vida urbana sea idílica, pero invertir en su desarrollo racional, eficiente y respetuoso del medio ambiente puede ser una apuesta tremendamente satisfactoria para el futuro de la humanidad.
Las ciudades probablemente sean uno de los actores que más tienen para aportar a consolidación de la gobernanza global.