Como argumentamos desde estas páginas, la tecnología revoluciona cada aspecto de nuestra vida; la forma en que nos comunicamos, consumimos y trabajamos. Trabajar por encargo, ciertamente, no es un algo nuevo en la industria o los servicios. Existe desde los albores de la actividad económica.
Lo nuevo es, en todo caso, la proporción que ha adquirido el sector de la economía que reúne sus ingresos de esta manera, trabajando por encargo y actuando como “agentes libres y asalariados ocasionales”.
El premio Nobel de economía Ronald Coase había previsto que esto podía ocurrir en su teoría de los costos de transacción. Según él, las empresas solo contratan personal directamente cuando los costos de incorporar empleados son menores que los de contratar a terceros fuera de la compañía.
El mercado laboral que surgió luego de la crisis financiera internacional 2007/8 merced a la reducción de costos de transacción en las compañías para externalizar operaciones (haciendo outsourcing) – potenciada por el progreso tecnológico – llevó la proporción de trabajadores independientes a niveles muy altos.
Tan altos como para que merecieran nombre propio: la economía de los pequeños encargos, más conocida como economía “gig”. Esa palabra se refiere al carácter transitorio del trabajo en sí; proviene de la jerga musical y se refiere a las actuaciones cortas que realizan los grupos musicales.
El mundo “gig” incluye consultores, contratistas independientes y profesionales, así como trabajadores autónomos y temporarios y ha estado bajo estudio detallado.
Sin embargo, como es la tecnología la que la hace posible, se ha hecho difícil clasificar qué cuenta como parte de esta economía y que no. Por eso existen análisis contemporáneos que dicen que está en crecimiento, mientras otros señalan que estaría contrayéndose lentamente.
Cuando hablamos de la economía “gig” la gente piensa en Uber, Lyft, TaskRabbit y Airbnb. Son compañías que han popularizado el concepto a partir de la globalización de sus operadores. Pero en la lista también deberíamos incluir a quienes mantienen varios empleos, trabajadores contingentes y de tiempo parcial así como consultores y contratistas altamente especializados.
La flexibilidad, la comunicación “en línea” y la deslocalización son frecuentemente citadas como las características principales que han permitido la expansión de la economía “gig”. Con esas herramientas las empresas pueden utilizar talentos ubicados a miles de kilómetros, en diferentes “usos” horarios.
Es probable que, como pasó después de la crisis financiera de la primera década del siglo, la economía “gig” crezca fuertemenete al dejar definitivamente atrás la pandemia de SARS-CoV-2.
Por eso vale la pena analizar los escenarios futuros. Por caso, la relación de la economía “gig” y la tecnología “blockchain”.
El Massachusetts Institute of Technology (MIT) ha puesto en funcionamiento un “monedero blockchain” en el que sus alumnos pueden llevar sus títulos y credenciales, acreditando de ese modo sus conocimientos y habilidades.
Plataformas como Coinlancer y Ethlance incorporan blockchain para aumentar la transparencia de las transacciones económicas entre clientes y contratados, usando criptomonedas como remuneración.
Hay, incluso, “fintech” que están creando herramientas específicas para este modelo económico (como la start-up Azlo).
Como ocurre siempre, en una época de cambios es necesario balancear las oportunidades que surgen con las dificultades emergentes de esta verdadera revolución de los mercados laborales del siglo XXI.
En muchos países la seguridad social está vinculada a los contratos de trabajo estándar, lo cual representa un problema social que debe atenderse. Asimismo, la relación laboral típica de los “ambientes de oficina”, que facilita la interacción con otros trabajadores, pares o superiores, para resolver problemas, adquirir o mejorar habilidades no está presente.
En simultáneo, aspectos de nuestra vida cotidiana, que antes eran privativos de la actividad doméstica, tales como cocinar, se abren al capital privado y la inversión de riesgo.
Mientras algunos trabajadores ven en la economía “gig” una oportunidad para complementar sus ingresos formales y otros no están dispuestos a dejar su situación de agentes libres o asalariados ocasionales muchos se preguntan si la diferencia con experiencias anteriores de externalización o tercerización (que fueron asociadas a la precarización laboral) radica en la voluntad de los trabajadores de usar nuevas tecnologías para organizar sus ingresos y toda su vida laboral de una manera nueva.