El contraste entre la globalización y soberanía nacional siempre ocupó el centro de la escena en los debates que buscaban organizar los mecanismos de cooperación internacional.
Tanto cuando surgió la Liga de las Naciones, al finalizar la Primera Guerra Mundial cuanto al momento de la creación de la Organización de las Naciones Unidas, la búsqueda de un balance entre la necesidad de cooperar para superar problemas comunes y la preservacion de los márgenes de decisión y autonomía nacionales constituyó el principal problema a resolver.
Paradójicamente, cuando el futuro de nuestra forma de vida y el progreso dependen cada vez más crucialmente de la cooperación internacional para darle un rostro humano a la globalización, la frustración y el desencanto con la misma, de parte de muchos cuidadanos – que protestan eligiendo gobiernos con agendas disruptivas – vuelve esa cooperación más díficil.
No hay duda que lospaíses tienen derecho a privilegiar sus acuerdos sociales internos. Sin embargo, cuando este derecho se contrapone a los requerimientos de las dinámicas globales es más difícil encontrar los mecanismos para estabilizar las interacciones y evitar conflictos.
Este equilibrio se torna aún más difícil a causa de una agenda internacional compleja, que requiere de ciertos niveles mínimos de consenso global, y el hecho incontrastable de que la globalización – que incluye a un inmenso abanico de actores no estatales, desde corporaciones y expresiones espontáneas de la sociedad civil hasta fenómenos políticos complejos, tales como las migraciones masivas y el accionar de grupos terroristas– puede afectar profundamente a los Estados.
La globalización ha representado un avance extraordinario de la humanidad. Trajo consigo una reducción sustantiva de la pobreza extrema, el acceso universal a fuentes de información y conocimiento, un considerable empoderamiento de los ciudadanos y las minorías y la defensa internacional de los derechos humanos en todo el planeta.
Pero al mismo tiempo, los cambios tecnológicos disruptivos, amplificados por la integración de los mercados, causan ansiedad en amplios sectores de las clases medias en las economías más avanzadas. Ocurre lo mismo en las economías emergentes. Muchos culpan a la globalización de sus problemas.
Nos guste o no, una sociedad internacional que se integra debe ser capaz de generar un marco de referencia que permita la gestión de los bienes públicos globales.
Es decir, que nos ayude a encontrar salidas comunes para los problemas que tenemos que enfrentar entre todos.