El mundo no sólo gira cada vez más rápido, también parece cada vez más pequeño. Lo que ocurre en una tierra lejana puede repercutir cerca de nosotros de formas impredecibles. Crisis económicas iniciadas en México, Grecia o en Argentina han puesto en jaque la economía global en las últimas décadas. El planeta globalizado enfrenta hoy una gran cantidad de nuevos –y viejos– desafíos, algunos demasiado complejos: la excesiva volatilidad financiera, el calentamiento global, la crisis de la matriz energética actual, la amenaza de la proliferación nuclear, las enfermedades transmisibles, el rebrote de los nacionalismos… A todo eso se suma el comercio internacional ilícito, el tráfico de armas y personas y el narcotráfico, que generan poderosas economías paralelas plagadas de delitos y violencia. La aparición de nuevos modelos terroristas, tribales y cibernéticos a la vez, conformados por una suerte de ejército de enardecidos enemigos multinacionales de las potencias económicas que han promovido la globalización, terminan de marcar el escenario de un sorprendente e incierto cambio de época cuyos efectos son multiplicados, amplificados y complejizados por las tecnologías.
Se trata de un nuevo estado de las cosas donde los países que lideraron la sociedad internacional en el siglo XX se ven obligados a hacerles lugar e incluso a ceder su liderazgo a un grupo pujante y resuelto de naciones, en su mayoría asiáticas, lideradas por China y, más recientemente, por India.
En este nuevo orden la humanidad enfrenta, por segunda vez en la historia (desde la explosión demográfica de los siglos XVIII y XIX) la posibilidad de que millones de personas que viven en la pobreza pasen al estatus de clase media. En este contexto, el nivel de conectividad sin precedentes alrededor del globo afecta todos los campos de la vida y las relaciones humanas. Los mismos cambios tecnológicos transforman la sociedad de masas, típica del siglo XX, en una sociedad de multitudes o comunidades conformadas por ciudadanos, consumidores e individuos que utilizan esas tecnologías de formas inéditas. No parece descabellado que esta nueva economía contribuya y fertilice el nuevo ideario político de esta nueva era, marcada por el protagonismo de las multitudes, los trabajadores, los consumidores, los ciudadanos.