Opinión

Ciudadanía Global e instituciones

Convergencia Global, Divergencia Local: La Era de la Globalización Fragmentada

La economía global está transitando un camino cada vez más impredecible y volátil. Las guerras comerciales amenazan los fundamentos del orden económico internacional, mientras que la intensificación de la competencia geopolítica entre las grandes potencias genera serias preocupaciones sobre la seguridad global.

Sin embargo, el orden global construido tras la Segunda Guerra Mundial —y la acelerada integración económica que siguió a la caída del Muro de Berlín— ofrece razones para una evaluación más equilibrada. Contrario al pesimismo generalizado, no todo salió mal.

En las últimas tres décadas y media, la economía global se ha expandido de forma dramática, creciendo más de cuatro veces en términos nominales: de US$ 27,54 billones en 1990 a aproximadamente US$ 115 billones en la actualidad, según estimaciones del Banco Mundial y el FMI.

Este logro, aunque impresionante, no carece de precedentes. Entre 1950 y 1990, el PIB global creció aún más rápido, aumentando 6,75 veces: de US$ 4,08 billones a US$ 27,54 billones. El período posterior a la guerra, impulsado por una fuerte cooperación para el desarrollo (en particular el Plan Marshall), vio al PIB nominal crecer un 68% en los años 50 y un 80% adicional en los años 70.

Sin embargo, las métricas nominales ofrecen solo una visión parcial de la transformación económica global. El mundo pasó de tener unas pocas decenas de estados soberanos a casi 200, cada uno operando en niveles muy distintos de desarrollo. Esta complejidad exige una mirada más amplia, que considere las diferencias en los tipos de cambio y los niveles de precios domésticos.

Medido en términos de Paridad de Poder Adquisitivo (PPA), el PIB global capta estas diferencias de manera más efectiva. De 1990 a 2025, el PIB global en términos de PPA aumentó de US$ 54,6 billones a US$ 187,7 billones, un incremento de más de 3,4 veces. En los cuarenta años anteriores, de 1950 a 1990, se registró un aumento de 6,8 veces (de US$ 8 billones a US$ 54,6 billones).

En los años 50, el PIB global en términos de PPA (US$ 8 billones) era un 96% mayor que en términos nominales (US$ 4,08 billones), reflejando disparidades de precios posguerra, tipos de cambio fijos y un comercio internacional limitado. Para los años 2000, esta brecha se había reducido al 33%. No obstante, se amplió nuevamente en la década de 2010 y alcanzó su punto máximo cercano al 75% en la década de 2020, debido en gran parte al ascenso de los mercados emergentes.

El desempeño económico excepcional de países como China, India, Indonesia, Vietnam y Bangladesh aumentó su participación en el PIB global (incrementando el peso de sus monedas, aun cuando muchas de ellas estaban subvaluadas frente al dólar estadounidense). Mientras tanto, las economías avanzadas experimentaron un período prolongado de baja inflación y crecimiento lento.

Tras la pandemia del COVID-19, una combinación de revalorizaciones monetarias, mayor inflación en los países desarrollados y un menor crecimiento en China y otros mercados emergentes redujo la brecha entre el PIB en términos de PPA y en términos nominales a menos del 50%.

Durante todo el período 1950–2025, Estados Unidos se mantuvo como el mayor contribuyente al PIB global en términos nominales. Sin embargo, en términos de PPA, fue superado por China a mediados de la década de 2010. China también ascendió del octavo al segundo lugar en el ranking nominal entre 1990 y 2010. India siguió una trayectoria similar: hoy es la tercera economía más grande en términos de PPA, habiendo pasado del sexto lugar en los años 70 y 80 al cuarto en los años 90 y 2000. Actualmente ocupa el quinto lugar en términos nominales.

Otras economías emergentes como Indonesia y Brasil también aparecen antes en los rankings por PPA debido a sus menores niveles de costo de vida.

Este ascenso de los mercados emergentes desde los años 90 permitió una reducción dramática de la pobreza extrema (definida como vivir con menos de US$ 2,15 al día), disminuyendo de 2.000 millones de personas a 680 millones—una reducción de 1.300 millones.

Solo China sacó a 750 millones de personas de la pobreza extrema, e India a otros 300 millones. Los 250 millones restantes provinieron, casi en partes iguales, de África Subsahariana y el resto del mundo.

Este progreso es aún más notable en términos porcentuales. La tasa de pobreza extrema global cayó del 38% en 1990 (con una población de 5.300 millones) al 8,5% en 2025 (con una población de 8.300 millones, un 60% más). Durante este tiempo, la población de China creció un 24%, la de India un 63% y la del África Subsahariana un 130%.

Entonces, ¿cuál es la fuente del profundo descontento actual con la globalización?

La respuesta radica en la paradoja de una desigualdad global decreciente que coexiste con una creciente desigualdad nacional—particularmente en las economías avanzadas. El cambio tecnológico acelerado, combinado con una integración global más profunda, ha ampliado las brechas de ingresos dentro de los países y ha tensionado los sistemas políticos. Este malestar ha alimentado movimientos populistas en todo el mundo desarrollado, un fenómeno que anticipé en *Argentina 4.0: La Revolución Ciudadana* (2013).

Datos de múltiples fuentes —la Base de Datos sobre Desigualdad Mundial de Piketty, la OCDE, el FMI y el Banco Mundial— ilustran esta tendencia: entre los años 80 y los 2020, el coeficiente de Gini aumentó un 21% en EE.UU., un 20% en Alemania, un 44% en el Reino Unido y un 7% en Francia.

Esta realidad, en un contexto de competencia entre potencias líderes, está fragmentando la globalización, alimentando el surgimiento del nacionalismo y el proteccionismo.

El desafío es claro: cómo reducir la desigualdad nacional sin desmantelar los logros de convergencia global, evitando así que un escenario de globalización fragmentada se arraigue en nuestro futuro.

Las guerras comerciales no son la respuesta. Lo que se necesita es una agenda política más sofisticada, que aproveche el conocimiento, la innovación y la reforma institucional. Fortalecer los sistemas nacionales de innovación, construir instituciones públicas resilientes, mejorar la interacción entre los sistemas de precios locales y la provisión de bienes públicos, y reducir los costos de transacción podría liberar nuevas olas de productividad.

Más fácil decirlo que hacerlo, pero sin duda vale la pena intentarlo. En lugar de recurrir al proteccionismo, el mundo debería abrazar una nueva era de innovación institucional y movilización del capital humano, especialmente en un contexto de cambio tecnológico disruptivo, para afrontar con mayor éxito los desafíos del futuro.

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